viernes, 9 de septiembre de 2011

AMBIVALENCIA TELEFÓNICA

No me queda más remedio que admitirlo: odio el teléfono, hasta decir "¡Basta!" Creo que la humanidad sería mucho más feliz si el querido Alexander Graham Bell no hubiera inventado ese aparato demoniaco, o si al menos, la compañía que los fabrica se hubiera molestado en añadirles un limitador de llamadas durante la hora de la siesta, teniendo siempre en cuenta el huso horario en función del prefijo... No olvidemos que hay plataformas de teleoperadores ubicadas en el extranjero, porque las nóminas son mucho más bajas en Santo Domingo (es un ejemplo al azar) que en España...

Son las tres y media de la tarde, estás en casa, tranquilito, y de repente, suena el teléfono... Es un teleoperador de asistencia telefónica, de una compañía cuyo nombre no has entendido, porque te habla como si le hubieran metido una guindilla en el culo, y solo entiendes algo parecido a "Buenastsardesseñorcocina,lellamodelaempresakastel
,parahacerleunaoferta..."

Por supuesto, en cuanto detectas el inconfundible acento del teleoperador, dejas de escuchar, y te preparas para estar fingiendo interés por estupideces que ni te van ni te vienen, sobre "condensador de fluzo de seis terabytes", "spoiler cromados", "envío virtual de las señales usando los árboles", "tarifas muy competitivas"... Eso te lleva, mínimo, cinco minutos... Y en cuanto detectas la primera pausa para respirar, le cortas, muy seco, y le dices: "¿De qué compañía me ha dicho que llamaba? ¿De kastel? Muy bien... ¿Puede pasarme con su supervisor?"

Y es entonces cuando comienza el juego... El teleoperador de Isla Mauricio no sabe más que una cosa: que es mejor colgar al "cliente" por un "defecto en la red", que recibir otra queja, por el servicio de mierda que presta su empresa... Si te pasa con el supervisor, generalmente alguien un poco más arriba en la escala evolutiva (que no en vano es el "capo mafia"), le haces entender, sin perder las formas, claro, que "estás hasta los pelendengues" de que te llamen todos los días, a la hora de la siesta, para ofrecerte un servicio que no te interesa, que no has pedido, y que contratarás cuando las ranas de San Antonio tengan barba y formen un grupo de gospell... Por supuesto, mencionas que se pueden abstener de volver a llamarte, y que agradecerías muchísimo que marcasen en tu expediente "Borde. No llamar", incluso "Muerde". Para rematar la faena, le dices que estás en la "Lista Robinson" y en la CECU, que has grabado la llamada, y que lo vas a tramitar de manera urgente, pidiendo una indemnización por "daños colaterales derivados del acoso telefónico sistemático"... Una de dos, o se acojonan, o te cuelgan...

Pero incluso en los teleoperadores hay clases...

Comprendo perfectamente que haya "teleoperadores de asistencia al cliente", que trabajan con bases de datos proporcionados (por ejemplo) por tu compañía telefónica, y que estén deseosos de informarte de la nueva tarifa de tu compañía telefónica, es más, que les pueda tanto la ilusión, que te llamen a ciertas horas totalmente ilógicas, sobre todo cuando se supone que es una llamada más o menos deseada... Pero de dos y media a cinco y media, no sé, que se pongan a hacer sudokus o punto de cruz...

También están los operadores comerciales puros y duros, los reconoces por el soniquete: "Buenas tardes, ¿con quién tengo el placer de hablar? Soy Winston Alemany (nombre supuesto) y les llamo de la prestigiosa multinacional "Puturrú de fuá" (nombre supuesto) para decirle que le ha tocado un maravilloso crucero por el Caribe...". En estos casos, lo mejor es colgar... Aunque siempre habrá personas que piquen, y empiecen a facilitar datos cada vez más comprometidos sin darse cuenta: nivel de ingresos, electrodomésticos, personas que viven en la casa... Hace muchos años, trabajé para la antigua Telefónica, haciendo encuestas sobre el famoso servicio de contestador automático, pero en el fondo, recogiendo una inmensa cantidad de información sobre cada cliente, que luego sería vendida a otras empresas... Sobre todo, porque a Timostar se la trae floja si tienes o no DVD, si veraneas en la playa o en la montaña, cuantas personas menores de edad viven en la casa o el tipo de ropa que compras. Las preguntas pertinentes: "¿conoce usted el servicio contestador de Timostar?" y "¿Le interesa contratar uno sin gasto para usted?" las haces en menos de un minuto, y los otros quince son para los datos asociados... Me contrataron para una campaña de navidad, con el turno de cinco horas y cuarenta y cinco minutos (para no pagar los descansos)... y eso fue lo que duré: quince días... Odiaba el trabajo, no soportaba andar engañando a cierto tipo de personas (los ancianos, porque no se enteraban de la mitad de las preguntas que les hacía), tampoco consideraba tan necesario forzarles a cambiar su teléfono de toda la vida por uno moderno que no iban a entender...

Más tarde, sería algunos meses después, conseguí trabajo de teleoperador en una empresa de asistencia a domicilio: supuestamente, trabajábamos con una serie de empresas de seguros españolas y extranjeras, enviando al cliente el reparador que precisa, siempre que tenga en su póliza contemplado el tipo de siniestro. Yo entré directamente a la leprosería: el turno de noche. Trabajaba una semana seguida, y libraba otra... Convivía con otros teleoperadores que prestaban su servicio: los famosos hermanos Segovia, que gestionaban las urgencias para toda España, los chicos de Asistencia en carretera (ahora no recuerdo para qué empresa curraban), y los compañeros del "24/24"... Éramos una extraña mezcla de seres humanos, con sus manías, enfrentamientos, romances, problemas... Mi trabajo era sencillo: si llamaba algún cliente de Francia o de Inglaterra, comprobar sus datos, y tratar de demorar la asistencia a la mañana siguiente... sobre todo porque las redes que teníamos en ambos países dejaban mucho que desear... Vamos, que encontrar un fontanero que no estuviera borracho en Londres un viernes por la noche era más complicado que conseguir el número de teléfono de "ET"... Y mal que bien, me las iba apañando, siempre de noche, sin ninguna posibilidad de ascenso ni de promoción, porque estabas en el turno de la escoria, o al menos así me lo hacía entender una de las coordinadoras...

La peor noche de oda mi vida fue una nochebuena, cuando media Francia sufrió las peores inundaciones de toda su historia... Empezó a sonar el teléfono a las once y media, y no dejó de hacerlo en ningún momento... durante toda la noche... Por supuesto, no iba a molestar a mi supervisor, llegué a tener mil llamadas en espera, y no podía hacer otra cosa que pedirles que llamasen a los bomberos, tomar sus datos, y delegar en el turno de mañana para que lo solucionasen, que no en vano ellos eran cien personas, y yo solo una... No duré mucho más en aquél trabajo, en septiembre se terminó... En el fondo, perdí el tiempo de manera miserable: hice un par de cursos por el INEM y el IMEFE (por lo que iba a trabajar habiendo dormido unas cuatro horas), un curso y un master de Comunicación Empresarial (que sin las prácticas no me sirvió de mucho), leí muchísimo en las horas de trabajo (si no había llamadas, no me las iba a inventar)... Lo malo es que en las semanas libres, no aproveché el tiempo, cuando podría haber terminado la tesis... Por supuesto, estaba trabajando allí, en el turno de la escoria, la madrugada que murió mi abuelo... Y tuve que quedarme hasta que me llegó el relevo de la plataforma inglesa (tenía un auténtico inútil por jefe) para poder irme a casa, mientras que el supervisor del turno francés me decía que me fuera, que de todas formas, no iba a llamar nadie a esas horas... Volví de Tres Cantos a toda velocidad, me temo...

No tiene mucho sentido recordar ahora el pasado... Pero tengo grabada en la memoria aquella noche, solo frente al teléfono, el no poder hacer nada... y en el fondo, dando gracias porque sería mi compañero quien se comiera todos los marrones que fueran surgiendo durante mi semana libre... Nos vimos solo una vez, el día de la entrevista... luego él se marchó, pusieron a una compañera, más rara que el proverbial perro verde y una de las personas más retorcidas que recuerdo, luego me marché yo... o mejor dicho, me invitaron a marcharme... Aproveché el paro para someterme a una operación de la muñeca derecha, que tenía bastante destrozada por varias lesiones deportivas de judo, fútbol, alguna mudanza, que todos los golpes van al mismo sitio... Ahora, la tengo aún más destrozada que antes, pero la causa es la artrosis...

¿Que si he odiado siempre el teléfono? No, por supuesto que no... En el fondo, depende del momento, y de quien llame... Las pocas veces que ha sonado, y era mi amigo Quique, de Santander; o mi amiga Belén, de Málaga; sin olvidarme de Sophie, mi amiga de tantos años, he sentido un subidón de energía positiva... Y, por supuesto, aquellos primeros meses del noviazgo... No, no es bueno (salvo para "Timofónica" y sus accionistas) un romance, o un enamoramiento, a distancia... Hablábamos todos los días, mientras que su padre estaba en misa, de siete a ocho de la tarde, porque en teoría ni estábamos saliendo ni nada; y hasta las cartas se las mandaba con nombre falso... Y casi siempre llamaba yo... hasta que mi padre se mosqueó porque le saboteaba su consulta médica, y me mandaron a llamarla a la calle... Fue entonces, una vez más, cuando mi abuelo, que solo llamaba a su hermano, y tampoco con mucha frecuencia, le dio por bajar al estanco, comprar tarjetas de prepago (llegué a tener una buena colección), y luego dármelas, porque "las había tenido que utilizar para llamar desde la calle"... sin quitarle siquiera el plastiquito...

Empezamos a llamarnos más tarde, ahora también Fátima colaboraba, y se iba a una cabina telefónica, en las escaleras cerca de su casa... Durante cuatro meses, hablábamos entre media hora y una hora todos los días... No se trataba tanto de tener cosas que contar, sino de escuchar la voz del otro en la distancia... En abril, nos hicimos novios de manera oficial, se desveló el secreto de Lydia Amigo, y nos seguimos llamando, y escribiendo (para más datos, podéis leer una vieja entrada, "Segundo, quinto y séptimo amor")... Cuando se vino a vivir a Madrid, nos seguimos llamando, pero mucho menos, puesto que la cercanía es lo que tiene, te olvidas de las cartas (otra de las cosas que añoro), y llamas de móvil a móvil, puesto que durante un año vivió en casa de una familia amiga, y después en un piso compartido, en el que empecé a pasar los fines de semana... Luego nos fuimos a vivir juntos... Y con el paso del tiempo, ya ni siquiera nos llamamos, a no ser que sea algo urgente... Recurrimos mejor a los mensajes de texto, aunque a veces tengo ganas de devolvérselos corregidos...

¿Mi mujer? Yo creo que podría ganarse la vida de tarotista telefónica... A veces, suena el teléfono, se pasa media hora hablando con alguien, y al preguntarle quién llamaba, me responde "no sé... una señora muy simpática, se llama Eduvigis, y su hermana vive en este bloque... además, es de Extremadura..." Es capaz de hablar sin limite de tiempo con cualquiera... Por eso, cuando suena el teléfono en mi casa, si descartamos los inevitables teleoperadores, sé que en el noventa y cinco por ciento de los caso, será para ella... o para el gato... El teléfono, en un altísimo porcentaje, lo veo como un mal necesario... Cuando cojo el coche, o voy de viaje, me da seguridad, aunque lo lleve apagado, porque cualquiera puede tener un reventón, un pinchazo, o ser testigo de un accidente... Pero en el trabajo, ni lo uso, ni lo necesito... y en vacaciones, es lo primero que me olvido en la mesilla, haciendo compañía al reloj...

Y, por supuesto, una de mis pesadillas recurrentes es comenzar mi jornada haciendo la ronda por la plataforma, y que todos los teléfonos se pongan a sonar a la vez; o bien que lo hagan de forma aleatoria, y cuando los coja, se escuche una grabación del tipo: "Su saldo vital está agotándose. Inserte una moneda en la ranura para seguir respirando..." ¿Alguien ha probado a insertar una moneda en una centralita telefónica? ¡Es imposible! Otras veces sueño que mi función es destrozar todos los teléfonos que pueda en un tiempo determinado, con un mazo de quince kilos y mango largo... Entonces sí que disfruto... Y es algo que me encantaría poder llevar a la práctica...