domingo, 29 de enero de 2012

LA PRINCESA FRIOLERA...

NO HACE MUCHO TIEMPO que vivía en Barcelona una chica morena, de ojos negros y gran hermosura, además de muy especial por su sentido del humor, su fina ironía... y su tremenda necesidad de amar y de ser amada... sobre todo durante la primavera, el otoño y el invierno... Porque durante el verano, su estación favorita, le costaba quitarse de encima a sus numerosos pretendientes, amigos sin derecho a roce, algunos con derecho y demás elementos de la fauna barcelonesa nocturna y diurna...

Su problema llegaba con el otoño, con las primeras insinuaciones de aire frío y de hojas mustias en los árboles de Las Ramblas... porque esta chica era tan friolera, pero tan tan sumamente friolera, que uno de sus amigos "sin derecho a roce" (porque ella no quería) la bautizó una de aquellas tardes de las postrimerías del estío como "la Princesa Friolera"... y con ese apodo se quedó...

Durante sus meses malos, la Princesa se convertía en una especie de gran pelota de fútbol, o la versión femenina del famoso "muñeco Michelín" (antes del "lifting" al que le sometieron en los años 90), por la acumulación de capas de ropa para no tener tanto frío... Cuentan las malas lenguas que llevaba en otoño dos jerseys de cuello vuelto, un plumas y un forro polar, todo ello por encima de un pijama de franela de los gordos; y en la parte inferior, unos vaqueros rellenos con un pantalón especial de forro polar sobre el pijama de franela; calcetines dobles y unas botas de apreskí; completando el atuendo un gorro de piel con orejeras sobre otro de punto y guantes de esquiar sobre unas manoplas de pelito...

Su mayor problema era que su cuerpo no entendía de prendas de ropa modernas, ni siquiera de las más caras, preparadas para la exploración del ártico: necesitaba la acumulación de prendas de la más distinta índole para mantener el calor del cuerpo y limitar la pérdida de energía durante la jornada... Su familia, desesperada, ya la había dejado por imposible, al menos durante el día... Por la noche, el problema se agudizaba: y a desde el primer día de septiembre, era como si el invierno más duro azotase su habitación, porque necesitaba muchas más prendas de abrigo para conciliar el sueño: usaba dos pijamas de forro polar de los más gruesos ("made in Alaska"), dos edredones de matrimonio doblados por la mitad sobre su cama de un metro cincuenta y tres mantas (una de ellas térmicas), además de dos pares de calcetines de los más calentitos y unos patucos especiales de plumón; y para las manos, manoplas... eso sin contar con Boris y Doris, dos gatos de angora que dormían a ambos lados de sus orejas, en el espacio que dejaba libre su cálido gorro, también de pelito y de forro polar... Lo  más curioso era que a pesar de toda esta cantidad de ropa, la Princesa jamás sudaba, ni tenía calor, y su olor corporal era un suave aroma de orquídea blanca del Amazonas con una leve nota de almizcle y un deje de Malvasía (esto lo averiguó un amigo del padre, perfumista de gran tradición, que llegó a crear un nuevo y cotizado perfume basándose en esta combinación de aromas y esencias... parte de cuyos beneficios se incorporaban al fondo pro ropa de la Princesa)... Gordita como una cebolla, con toda su belleza magnética escondida bajo múltiples capas de abrigo, vale... pero ella era feliz... hasta que llegó la adolescencia...

En unos momentos en los que todas sus amigas todavía iban con minifaldas, ligando con los chavales adolescentes y sin preocuparse demasiado por el tiempo, la Princesa ya estaba recluida por sus múltiples capas de ropa... y eso le venía muy bien a sus amigas, sobre todo porque durante el breve pero esplendoroso verano de la Princesa, ninguno de los aspirantes se dignaba ni siquiera en dirigirles una mirada: no tenían nada que hacer frente a ella... Sin embargo, durante el resto del año, ella desaparecía entre capas y capas, los chicos perdían todo interés en ella, y sobre todo, ninguno de ellos era capaz ni siquiera de acercarse a ella para besarla, o abrazarla... porque ninguno tenía los brazos lo bastante largos para abarcarla por completo... Con el paso de los años, la Princesa languidecía, desesperando por encontrar un príncipe, aunque fuera uno solo, capaz de comprenderla, de besarla, abrazarla, y de quitarle con sus besos el frío que hacía languidecer su corazón...

Sus padres, que la veían languidecer durante los largos meses de su particular gélido invierno boreal, ya estaban agobiados y entristecidos... ¿No hay realmente nadie que pueda calentar su corazón? ¿No hay un solo príncipe, aunque sea rana, capaz de calentar sus labios, de resucitar su corazón, y devolverle la felicidad?

 Pero un buen día, llegó al barrio un nuevo habitante, alguien muy especial, para quien la Princesa era por encima de todo un alma gemela, alguien con quien hablar de los 17 tipos de nieve, de los cantos del hielo por la noche, de las auroras boreales y de todas las maravillas de su tierra... Alguien que, como todos sabemos, descubrió el secreto de la Princesa Friolera: era su corazón el que tenía frío, el que necesitaba calentarse muy lentamente... Y empezaron a pasear juntos durante los últimos días de, verano... Y la Princesa dejó de tener tanto frío al calor de sus historias... Y llegó el otoño... y no sintió la necesidad de ponerse tanta ropa... Y llegó el invierno... y se acostumbró a vestir como las demás chicas de su edad... Y siempre que tenía frió, le bastaba con un solo beso de su Príncipe para equilibrar lentamente sus sensaciones...

Y todo ello gracias a una persona muy especial... Un Príncipe encantador venido de los más recónditos lugares del Planeta, de nieves eternas y frío helador... Porque solamente a través suyo la Princesa podía vencer al frío que emanaba de su corazón... Y este Príncipe, alumno de intercambio dentro del programa Erasmus (que luego se terminaría casando con ella, y convirtiéndose en la pareja más feliz de toda Barcelona y parte del extranjero), solo podía venir de un lugar del planeta...

Recordemos... el Príncipe... era un muchacho esquimal, de la etnia "inuit"... y fueron felices.... y comieron perdices y arenques ahumados por toda la eternidad...