domingo, 18 de septiembre de 2011

31 DE FEBRERO DE 2011...

A veces, soy una de las personas más despistadas que conozco... Menos mal que en casa, tengo una serie de rutinas que permiten localizar las llaves del coche, la casa de mi madre y mi hermana, en la mesilla de noche tengo un sitio especial para el teléfono móvil, y en la cocina, muchas veces me encargo de colocar las cosas a mi gusto... Eso sí, la mesa del despacho es un desorden organizado, tanto, que ni siquiera nuestra asistenta se atreve a pasar el pañuelo o el plumero, y menos en la zona de la maqueta, que también está estancada en el tiempo... La nevera se está convirtiendo en un sembrado de notas de todos los tamaños y colores... y tengo colocados todos los libros de la casa a mi gusto, ya sabes, por temas y autores... y muchas veces, añado el criterio de "leídos" o "no leídos"...

Pero hoy, hace escasos minutos, me han robado tres días de vida, de un plumazo... Al girar las manecillas del reloj, he recordado la película inspirada en la novela de H.G. Welles, "La máquina del tiempo", la versión antigua, por supuesto (la moderna es una bobería pseudo-romántica), cuando el profesor está viendo cambiar todo su entorno... Así me sentía yo, viendo pasar el tiempo a toda pastilla... Y planteándome que, en cierta manera, sigo viviendo al margen de la realidad...

Todas las mañanas, en cuanto me levanto (casi siempre al segundo toque), entro en una espiral de tiempo acelerado: afeitarme, ducharme, vestirme y desayunar en menos de diez minutos; abordar el coche (a ser posible con buena música), y llegar al trabajo antes de las siete menos cinco, para aparcar sin problemas; o bien afeitarme de noche, para coger el metro... Cuando llego a la oficina, hago la ronda y me cambio, entro en la fase de tiempo latente... Todo sucede a cámara lenta... Mientras hago "las labores propias... de mi uniforme", no me aburro... De hecho, no me suelo aburrir nunca... Pero sigo considerándome afortunado, por tener conexión a internet... y poder escribir a ratitos en el blog... Sobre las dos y cuarto de la tarde, el tiempo cambia de nuevo, al venir mi compañera, y después de las novedades, regreso a la dimensión de tiempo "normal"... Disfruto mientras regreso a casa... sin importar el medio de transporte escogido...

"Casa"... "Mi caaaaaasssssaaaaa...", como decía "ET"... Poco más que un conjunto de paredes, suelos, y techos... Más o menos hipotecados... pero de todas formas, nuestros... Abrir la puerta, siempre con cuidado, para no atropellar a Chiqui, nuestro fiero gato guardián, que a veces me espera en el rellano... Casi siempre, tenemos la casa entera para nosotros, y después de comer, toca siesta gatuna... Aquí, también, el tiempo se detiene... Pero cuando me siento frente al teclado, y dejo fluir las ideas, parece estirarse... y tres o cuatro horas pasan en un suspiro... Luego, otras labores del hogar, como preparar la cena, poner lavadoras, ver la tele o una película con mi mujer y con la fiera corrupia, acostarme antes de la una... y despertar, de nuevo, a la misma rutina...

Por eso, me fastidia tantísimo que me hayan robado setenta y dos horas de vida... Mi querido 31 de febrero de 2011...