viernes, 30 de marzo de 2012

EL DOCTOR CHIQUI.


Todo empezó hace dos meses, aproximadamente, cuando pillé a nuestro gato, una fiera corrupia, campeón absoluto en la categoría de "morrongus domesticus pufensis", o sea, un gato-puf doméstico, con sus casi siete kilos de peso, y su casi un metro de largo (de punta de hocico a punta de rabo estirado), mirando con tremenda atención un libro de anatomía en el despacho de mi mujer... No sé, algo en su comportamiento me llamó la atención... Tal vez fuera el encontrarlo sentado en la silla, con el libro (uno de los habituales tomazos de Medicina) perfectamente ubicado en mitad de la mesa (vale, encima del portátil...), con la lámpara encendida, y pasando las páginas parsimoniosamente, sin olvidar de humedecerse la almohadilla con la lengua...


Realmente, era una imagen extraña, aunque solo fuera porque, para escoger ese tomo en particular, se había tenido que leer (sí, leer) los lomos de los otros cincuenta libros similares, de mil y una materias, que se acumulan en la estantería: Botánica, Bricolaje, Genética, Cocina, Viajes, Química... Pero no solamente estaba leyendo los textos explicativos... también iba avanzando o retrocediendo, volviendo las hojas cuidadosamente con la primera uña de la pata izquierda, usando además su rabo para marcar alguna página que le parecía importante... Vamos, que solamente le faltaban la visera o los mitones, para encarnar al perfecto "ratón de biblioteca"...



Posiblemente sorprendido por mi aparición, al verme entrar en el despacho, quiso disimular, lanzando un airoso maullido, y de un poderoso zarpazo, cerró el tomo, apagó la luz, y se marchó, con su digno contoneo de barriga cervecera, por el largo pasillo... "Es una coincidencia, seguro...", afirmé, mientras colocaba de nuevo el dichoso tomo en la estantería, y me olvidaba temporalmente del tema... Pero tres días y cuatro horas más tarde, mientras preparaba la cena, escuché un estruendo... que también procedía del despacho de mi mujer... Al entrar, veo a Chiqui, nuestro curioso gato lector, medio sepultado, por la Gran Enciclopedia Larouse de Enfermería... ¡Y a pesar de todo, estaba consultando atentamente el apartado de Rehabilitación! Y una vez más... me miró indignado por interrumpirle en sus estudios... Arqueando el lomo, salió del extraño conglomerado, y se fue, caminando tranquilamente, con su gran tripa bamboleándose...



La siguiente semana fue de esas que dejan huella... al menos en los tomos de la Enciclopedia que se estrellaban contra el suelo a cualquier hora de la tarde... Por lo que opté por retirar los demás muebles, y extender sobre el suelo aquellos volúmenes por los que nuestro "morrongo ye-yé" mostraba predilección: un tomo de anatomía humana, otro de fisioterapia, un tercero de quiropraxis, un cuarto de "Masaje sensual para parejas" (que no recordaba haber comprado)... y un libro-comic sobre los campos de exterminio llamado "Maus"...



A las dos semanas, se aclaró la incógnita... y comenzó la terapia... Chiqui siempre ha sido un gato elitista, y tremendamente exigente para todo, desde comida (para él, las latitas de paté son caca... y se priva por el queso blanco y los mejillones picantes... y los langostinos y las gambas frescos o cocidos), hasta su lugar de reposo (últimamente la ha tomado con mi sillón de orejas)... y por supuesto, su lugar favorito para dormir la siesta: con las patas y la cabeza apoyadas sobre mi brazo izquierdo, y todo el cuerpo apoyado contra mi costado... Pero ese día, no fue igual... La espalda y las lumbares me dolían una barbaridad desde hace meses, incluso tumbado boca arriba...



Cual no sería mi sorpresa al ver que, sin adoptar la posición que tanto le gustaba, empieza a meterse debajo de mi cuerpo, y entre cabezazos, pequeños zarpazos y maullidos destemplados, consigue que me tumbe boca abajo... Luego, a base de morder la funda nórdica, la retira completamente, dejando mi espalda al descubierto... Minuciosamente, empieza a caminar por toda ella, con su hocico pegado a mi piel, incidiendo sobre todo en dos puntos que parecen interesarle mucho: la quinta vertebra lumbar, y la paletilla izquierda... Empezó a ronronear como un loco, como un auténtico motorcito fuera borda... y lo más curioso fue que enseguida experimenté cierta mejoría... Acto seguido, comenzó otra vez a percutir en la columna con sus patas delanteras, sobre todo en los puntos antes mencionados... Por último, noto que se aleja de mí, y por el rabillo del ojo veo que se ha subido de un salto al ropero, derribando a su paso muchos peluches, y, tomando carrerilla, pega un salto tremendo (hay sus buenos tres metros entre el ropero y la cama), y aterriza, con sus casi siete kilos de peso... ¡Sobre mi espalda!



Al recibir el impacto, vi las estrellas... Pero enseguida, experimenté una gran mejoría: ya no me dolía nada la espalda... El puñetero gato había aprendido a leer, a consultar los textos médicos que yo ni siquiera podía entender (es lo que tiene ser de letras), a interpretar los distintos diagramas, a analizar el cuerpo humano por el tacto, a usar su ronroneo como medicina, a localizar los puntos de presión... y todo por ayudarme con el dolor de espalda... ¡Lástima que en vez de las técnicas de masaje habituales, fuera un decidido partidario de la quiropraxis!



Evidentemente, las demás personas al principio no se creían que nuestro gato era quiromasajista... Pero en cuanto reparó la columna de un vecino, y le quitó otro una contractura en el gemelo, y también mejoró mucho la espalda y el cuello de mi mujer, empezó a correrse la voz... Una niña de seis años empezó a llamarle "el Doctor Chiqui"... y aunque es tremendamente selectivo con los pacientes, sus diagnósticos siempre son acertados, y sus tarifas, económicas: cobra en especias, gambas, boquerones y mejillones en escabeche...



De todas formas, cinco meses después de su primera consulta, creo que su cerebrito gatuno está tramando una ampliación del negocio: se está dejando crecer las uñas... y le he visto estudiando unos manuales de acupuntura... El Doctor Chiqui... nuestro morrongo, negro, gordo y vacilón...

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